martes, 30 de diciembre de 2014

El error es bello




"Los errores son los umbrales del descubrimiento"

- James Joyce


En el sistema educativo actual, la respuesta correcta se exige tan a menudo que nuestros alumnos pierden la oportunidad de aprender el valor que entraña la respuesta incorrecta. Es más, muchos de nuestros niños han aprendido que es mejor callarse y no intentar responder cuando no están muy seguros de la respuesta que les ronda en la cabeza. Pero el mayor error de todos es, precisamente, cuando dejan de intentarlo. 
A lo largo de este tiempo como docente, me he sentido más frustrada que mis propios alumnos cuando llegamos al punto del bloqueo.  Ellos callan, esperando que le toque a otro. 
Lo cierto es que he llegado al punto de recibir alumnos nuevos en mi aula con tal nivel de bloqueo que, cuando se daban cuenta de que habían cometido un error hacia la novena o décima pregunta de un control, borraban todo y dejaban de intentarlo. ¿Tanto exigimos a nuestros niños para que cuando lleguen al aula presenten al profesor de turno un cuaderno inmaculado, sin una sola falta para que al final de la evaluación  podamos presumir del sobresaliente que tanto nos ha costado cosechar en nuestro hijo o hija?
He aquí algunos consejos que nos pueden servir para animar a nuestros alumnos a asumir riesgos:
  • Crear un clima seguro.  Para empezar, es necesario evitar que otros alumnos se burlen de los errores de sus compañeros. Es necesario hacerles comprender que ninguno de nosotros está en posesión de la verdad absoluta y que todos cometemos fallos.
  • Formular preguntas abiertas, que admitan varias respuestas posibles.
  • Hacer lluvia de ideas de manera frecuente, ya que en esta actividad todas las ideas son buenas.
  • Ayudar a los niños a descubrir su propio error (en lugar de juzgar la respuesta directamente como errónea): "¿Estás seguro/a? ¿Por qué piensas eso? ¿Cómo has dado con esa respuesta?
  • Dar ejemplo.  Con mucha frecuencia, nuestros alumnos nos toman como un referente en el que fijarse y al que imitar. Cuando cometamos un error delante de nuestros alumnos, lo adecuado es reconocerlo y hablar sobre cómo todo el mundo, incluido nosotros los profesores, cometemos errores. Dudo mucho que eso nos haga perder autoridad, en todo caso, nos ganaremos su respeto.
  • Contar historias de personas que han cometido errores, y de cómo siguieron adelante hasta lograr el éxito.  Por ejemplo,  Edison aprendió 999 formas de cómo no hacer una bombilla antes de dar con la fórmula correcta.
  • Revisar el modo en que corregimos y evaluamos.  Suele ser más eficaz cuando un niño se da cuenta de sus errores que cuando se los señalan. Por eso debemos enseñar a los niños a aprender de sus propios fallos.
  • Evitar que otros alumnos corrijan los ejercicios de sus compañeros. En primer lugar esta práctica tan difundida conlleva implícita la idea "No confío en tí lo suficiente como para que no cambies tus propias respuestas". En segundo lugar,   lleva a un niño que presente ciertas dificultades a  que se avergüence o se sienta humillado.
  • Ofrecer la oportunidad de volver a repetir un ejercicio.
He tenido el caso de alumnos que se bloquean ante el mínimo indicio de que van a cometer un fallo. Es más, la autoexigencia de realizar un ejercicio o control de manera perfecta les crea tal nivel de ansiedad que, a veces, se vuelven autocríticos y prefieren entregar una hoja en blanco que intentar responder a las preguntas que se les plantea. En estas ocasiones,  es necesario que aprendan a ver el error como algo positivo que les va a ayudar a mejorar. Los bolígrafos borrables y los famosos típex son, en este caso,  totalmente contraproducentes ya que los niños los ven como una herramienta que tapa cualquier defecto o fallo, pero también lo bueno que hayan podido escribir.
Recordemos que el trabajo de todo alumno es aprender. Aunque le cueste varios intentos, es mejor que logre el objetivo a que deje de intentar mejorar o buscar la respuesta correcta.


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